Educacion

Gabriella o la importancia de ser maestro

Por Salvador Alcaraz / Despertando del sueño estival, con la frente perlada de gotas evanescentes de recuerdos, con sumo cuidado me desperezo pensando en Gabriella, maestra sarda que labora en una escuela de primera enseñanza de un barrio con vistas a un mar azul de arena blanca a las afueras de la capital.

El destino esperado escribe que no debería haberme encontrado con Gabriella, mas me doy cuenta por el camino recorrido de lo inesperado del destino.

Lo nuestro fue una casualidad, ¡parlante casualidad!, pues como bien nos enseñó Kundera, lo esperado es mudo y son las casualidades las que nos hablan en este mundo… y a mí me habló, y lo hizo con voz partida, me habló de su pueblo, de su barrio, de su escuela, de sus alumnos… me habló de su vida porque su vida era la educación y la educación su vida.

Gabriella, maestra apasionada, se sentía profundamente de la educación enamorada, cautivada por los dilemas que, cada día, en su clase se recitaban como poemas.

Gabriella, maestra valiente, amaba a sus alumnos sinceramente porque, para ella, enseñar era imposible sin el valor de amar.

Absorta en sus pasiones, me contaba que enseñar es más que un trabajo, es una forma de vivir en el mundo: “vivir enseñando es, en gran manera, encontrar tu propio camino, enseñar es un encuentro consigo mismo”. Sus palabras olían a un entusiasmo macerado con hebras de esperanza que excedía a la expectativa, sus palabras sonaban a idealismo con una melodía crítica como banda sonora.

Sus pasiones me absortaron, sentí que miraba a su escuela, miraba a sus alumnos, como si las cosas pudieran ser de otra manera, quería cambiar sus vidas y moldear su futuro, quería ser importante en sus vidas, quería hacerles despertar para que tuvieran la posibilidad de cambiar sus propios mundos, Gabriella quería cambiar el mundo, Gabriella era maestra.

 

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