rosa
arte

Volver a nacer

Por José Víctor Villalba / Renacimiento es un término por antonomasia ligado a la ciencia, en especial al arte. Un concepto cuyo contenido ha mutado por necesidad a lo largo de los siglos de forma camaleónica, o más bien por obligación. Por la necesidad de mostrar nuevos hallazgos, nuevos matices, ligado a un cambio o una ruptura con respecto a algo específico, siempre implicados en profundas trasformaciones económicas e industriales, pero sobre todo sociales y culturales. Culturalmente se usa el prefijo “neo”, neoclásico, neo-romanticismo, neo-dadaísmo, neo-pop, neo-expresionismo; para aludir a lo nuevo con respecto de…

rosa

En todas las etapas de cambio, han surgido conflictos provocados por el miedo a explorar y experimentar nuevas situaciones, circunstancias inéditas, insólitas que podrían resquebrajar ciertas comodidades y desembocar en pequeñas, medianas o incluso en colosales crisis. Sin embargo, tanto llevado a nivel personal como al global de nuestra gran comunidad, la única vara de medida para comprobar el resultado del cambio, es el tiempo, no queda otra opción. Y es que en muchas ocasiones es totalmente necesario cambiar, crear otro “neo”, romper con lo que no funciona, aunque nos cueste un terrible suplicio dejar algunos de aquellos aspectos cómodos y placenteros, que en realidad están rodeados de un fango negro que condena el objeto flotante, que antes o después hundirá aquello que “de momento se salva pero aún continua funcionando”. Un fango que es cierto que a veces es complicado ver y ser consciente de su existencia, porque la única alternativa para descifrarlo es decidir y arriesgarse a cambiar, asumir el riesgo al que tantas personas tenemos pánico y que suele oprimir o dificultar la razón, que ciega y no nos dejar distinguir lo positivo de lo negativo. Y es lo que ocurre en la presente sociedad de consumo, que nos encontramos tan cómodos en ella, que no nos importa arrastrar sus perjuicios, o al menos no los queremos ver, pisando a la propia naturaleza si es necesario, aunque resulte vital para nuestra existencia.

El hecho de no tomar decisiones cuando son claramente oportunas, se puede relacionar directamente con nuestro egoísmo, con la sociedad tremendamente acomodada y las personas nihilistas. Entonces se suele decir: ¡pues ya se verá! ¡ya cambiaré si eso! (y sabes que nunca lo harás). O lo peor que suele decirse: ¡que vengan los siguientes a cambiarlo!

Tampoco es todo tan negativo, también está la valentía, la osadía, el atrevimiento, están en personas que luchan por el cambio, que han cambiado muchos aspectos y hábitos diarios para concienciar a los demás acerca de lo importante que es vivir de manera acorde con la naturaleza, al menos sin asediarla. E incluso existen pequeñas comunidades que han cambiado radicalmente su modo de vida para convivir en plena armonía. Realmente existe una sociedad así, por lo menos una parte de ella, la que provoca que apreciemos aún más si cabe a personas y comunidades que se lanzaron hacia algo nuevo y fragmentaron una estructura de vida que no nos conviene, aun teniendo la gran incógnita si ese profundo cambio llegaría a funcionar.

Sin embargo, existen circunstancias vitales, en el que no queda otro planteamiento posible que producir un cambio, no uno pequeño, sino considerable; por necesidad. Deben quedar atrás hábitos y cómodas costumbres producidas, adquiridas y consolidadas por nuestra sociedad de consumo, antes de que la naturaleza a la que pertenecemos se quede sin recursos y el palo para salir de las arenas movedizas quede demasiado lejos.

En el acercamiento a ese palo, se sitúa la sociedad activa a través de movimientos ecologistas que a través de sus manifestaciones en distintos ámbitos, han promovido la concienciación medioambiental, haciendo eco, pero quizás no demasiado profundo a nivel político e industrial.

A nivel artístico es a partir de finales de los años sesenta cuando la concienciación medioambiental comienza a ser un discurso sólido y transgresor, surge el arte ecológico. Desde su nacimiento en 1968 ha tenido diversas denominaciones como Land Art,  Earthworks o ecoartivismo, en los que se establecen relaciones contextuales que surgen de la interrelación de la ecología y el arte, investigando con vinculaciones culturales entre la naturaleza y la sociedad. El arte ecológico parte de conceptos adoptados por el medio artístico que están directamente relacionados con los cambios socio-económicos, producidos durante el siglo XX en occidente, el indiscriminado abuso medio ambiental que ha permitido ciegamente el “ progreso social y económico”, acorde a la  idea de ecología que se inició el siglo XIX.

 

La definición de ecología nace en el siglo XIX y se le atribuye a Haeckel[1]. Ecología significa ciencia o discurso sobre la casa, es decir, ciencia de la vivienda; proviene del griego “oikos” y su significado es casa. Si analizamos este término, podemos concluir que Haeckel no excluía al ser humano del resto de las especies dentro de su definición, sino que lo incluía como una parte más de un cosmos, de un todo donde los seres vivos se relacionan entre sí, y con el medio en que se encuentran. Donde  es más fácil adaptar el hombre a la naturaleza que esta al hombre[2].

Pero el sentimiento del hombre por mantener una relación en armonía con la naturaleza, de cambiar los hábitos contradictorios con nuestro medio, el perseguido por todos los estamentos ecológicos, artísticos y no artísticos; no es exclusivo de nuestros días, sino que es ancestral, ya que el poder de destrucción que se percibe actualmente ha existido durante miles de años. Muchas de aquellas manifestaciones anteriores son recordadas continuamente y sirven de motivación para proponer los cambios que son necesarios, acordes en la actualidad. En este recorrido histórico, no pueden pasar desapercibidos algunos antecedentes y fundamentos teóricos que viven en la sociedad del cambio. Nos referimos a personas y comunidades como Pitágoras e Hipócrates y sus textos acerca del poder medicinal de las plantas (siglo V a.C), el Feng-Shui (asociado al “Ying” y el “yang”, estudio de los Chio o energías sutiles de la naturaleza en el siglo II d.C), la poesía china de la dinastía Tang (618-907 d.C),  el Popol Vuh (libro sagrado de los indios Quichés en América Central, un libro de comunidad, una recopilación de varias leyendas en las cuales la naturaleza asume un gran protagonismo), las antiguas maneras de plasmar imágenes a través de los tejidos como el Batik y el Kilim en Indonesia y Turquía respectivamente, Francisco de Asís y su libro “el cántico de las criaturas” (siglo XIII d.C), la unión entre la naturaleza y arte que Leonardo Da Vinci establece en el Renacimiento, y por supuesto, la teoría de la naturaleza no mecanicista de Joseph Schilling (1775-1854),  uno de los máximos exponentes del idealismo y de la tendencia romántica alemana, así como el gran propagador de que la felicidad humana reside en la intuición estética. Es precisamente en el siglo de Schilling donde comienza la implantación de teorías y filosofías ecologistas, además de la unión entre ecología y arte plenamente concienciado ya en la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI.

Quizás sea la necesidad de recordar esos sentimientos protectores de nuestros ancestros, que velaron por dejarnos la mejor herencia natural, lo que provoca esa transformación, un nuevo renacimiento, tan necesario en nuestros días.

[1] Ernst Heinrich Philipp August Haeckel (1834 – 1919),  fue un biólogo y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania, creando nuevos términos como “phylum” y “ecología.”

 

[2] Roselló, J. (1978). “Ecología y ecologismo”. Integral. Nº 2. P 22. Enciclopedia Larousse, tomo 8. Pp 3501.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *